El mes de noviembre transcurre entre la fiesta de Todos los Santos y la solemnidad de Cristo Rey; también recordamos a San Martín de Porres y a nuestros difuntos. Es un mes para pensar en la vida espiritual, en esa vida que se construye uniendo vida humana y fe cristiana. Es un mes para levantar la vista del suelo, y mirar a la meta final y definitiva que está por encima de la rutina de cada día que nos lleva a dejar a un lado a Dios para vivir preocupados únicamente por el trabajo, la familia y los proyectos humanos personales de progreso y bienestar. La fe es aceptar vivir en alianza con Dios; es no quedarnos ni caminar solos por la vida, sino aceptar a Dios como compañero y guía del camino, invocándole, escuchándole y obedeciéndole para que ilumine, guíe y acompañe las acciones concretas de cada día. La fe no es sólo tener unos momentos espirituales de oración personal o litúrgica. No hay unos momentos de fe y otros profanos, sin Dios. La fe es caminar de la mano de Dios en todo momento, sin soltarnos de Él en todas las acciones del día. La fe nos convierte en creyentes, en personas que cuentan con Dios las veinticuatro horas del día, cuando se levantan, en el trabajo, la vida de familia, la diversión, y siempre que proyecta su futuro. ¿Somos de los que dejan a Dios sólo para cuando tienen tiempo?. Esto no es vivir en alianza con Él, esto no es llevar una vida de fe, sino relegarla Dios a un lugar secundario y recurrir a Él de forma interesada cuando lo necesitamos.
San Pablo nos invita a construir el hombre o la mujer espirituales, que crecen hasta la madurez de la eternidad y la santidad; nacen el día del bautismo, pero muchas veces se quedan enanos porque la fe no se hace vida y no se promueve la vida del Espíritu de Dios en el propio corazón. La meta de todo cristiano es la SANTIDAD, la plena unión con Dios según el modelo de Jesucristo.
PP. José, Florián, Serafim y Conrado
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